Cepas autóctonas, un viaje a nuestro patrimonio vitivinícola

La Argentina vínica no es solo Malbec. En este proceso de autodescubrimiento, en el que se exploran nuevas latitudes, altitudes y terruños, los cepajes “alternativos” o que otrora no estuvieron en nuestras mesas, hoy pican en punta. Son definitivamente un must, que despiertan un inusitado interés.

El primer paso lo dio hace un decenio la uva Cabernet Franc. De moda a tendencia consolidada, los paladares siguieron indagando en el mercado local con uvas como Petit Verdot, Tannat, Ancellotta, Pinot Noir, Tempranillo y Sangiovese.

 

Así, el público sibarita en este último tiempo se decidió a conocer qué hay además de nuestra ya mencionada variedad insignia y de los siempre clásicos Cabernet Sauvignon y Bonarda.

 

Entre lo más saliente, que hoy es de lo más pedido en las góndolas, están nuestras variedades autóctonas. Pónganle la firma: hay un furor por conocer y descubrir las bondades organolépticas de las cepas criollas, que han sido reivindicadas hasta por los bebedores seriales más exigentes.

 

A tono con el Día Internacional de la Diversidad Cultural, que se conmemora el 12 de octubre con el objetivo concientizar sobre la importancia del diálogo intercultural, la diversidad y la inclusión, desde estas líneas enaltecemos nuestras uvas autóctonas, que cada vez dan mejores exponentes con reconocimiento mundial.

 

Con orgullo, podemos afirmar que las uvas criollas hoy gozan de un prestigio que había sido relegado injustamente. Hoy, winemakers y consumidores las reivindican, pues han sido pioneras en nuestra viticultura y llevan el ADN argentino en sus hollejos y pieles.

 

¿Por qué las denominamos criollas?

 

Porque nacieron en estas latitudes, fruto de las vides plantadas por los conquistadores españoles. Los investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), comandados por Jorge Prieto, identificaron numerosas cepas denominadas criollas. Se estima que, en la actualidad, más de un 30% de la superficie cultivada en nuestro país corresponde a este tipo de cepajes.

 

Haciendo Historia

Lo cierto es que a principios del Siglo XX, las uvas se plantaban de manera mezclada (algo que ya no sucede). Estas uvas criollas se consideran autóctonas porque tienen su gen no solo en la Argentina, sino en América del Sur.

 

La Criolla Chica, una variedad de uva que está muy de moda en la actualidad, es, junto con la Moscatel de Alejandría, una de las cepas que más cruces ofrece. Originaria de España, donde se le conoce como Listán Prieto, esta uva es llamada Uva País en Chile y Mission en Estados Unidos.

 

Lamentablemente, durante muchísimo tiempo, las uvas criollas fueron denostadas. De pésima reputación, soportaron los malos comentarios hasta que hoy lograron su momento de revancha.

 

Las criollas se elaboraron en la Argentina tras la colonización española y, fundamentalmente, eran utilizadas para los vinos de misa.

 

Sin repetir y sin soplar, esta gran familia se compone por Criolla Chica, Criolla Grande, Mollar de América, Cereza de América, Moscatel Blanco, Rosado y Amarillo, y la hoy de moda Pedro Giménez.

 

Relegadas y mal consideradas, con estas uvas se elaboraba vino a granel. Es decir, se relacionaban con el volumen, pues eran altamente productivas, sumando color y estructura a otras variedades.

 

La uva que, desde el vamos tuvo otra suerte, fue la Torrontés, que nació de la cruza genética de la Criolla Chica y la Moscatel de Alejandría. Orgullo nacional, insignia de las uvas blancas argentinas, nos representa aquí y en el resto del mundo a través de vinos muy especiales, con carácter y personalidad.

 

Detrás de la variedad Torrontés, hoy, ya con otro manejo del viñedo y rendimientos mucho más bajos, las uvas Criollas recuperaron su brillo perdido y han sido puestas en valor como identidad de nuestra noble vitivinicultura.

 

A continuación, nuestro podio de recomendados, que son un elixir:

 

Famiglia Bianchi Criolla. Fiel exponente de nuestras costumbres argentina, nuestras raíces italianas y el legado del fundador de la bodega, pionero de la vitivinicultura nacional. Un vino para sorprenderse, que habla por sí solo de nuestro rico patrimonio vínico.

 

Don Valentín Lacrado Torrontés. Icono de la enología argentina, en 1965 Enzo Bianchi lanzó al mercado este clásico de clásicos, de calidad superior, en honor a su padre y fundador de la bodega. Hoy, forma parte imprescindible de nuestra historia vitícola.

 

Marló Blanco Dulce de Bianchi. Elaborado a base de Torrontés, es un vino con una personalidad genuina, con un dulzor muy amable y un aroma frutado tan auténtico, que lo vuelve único en el paladar.

 

La historia de las uvas Criollas -que han tenido un sinfín de vaivenes- nos trae a un presente que les permite disfrutar de un merecido éxito en el mercado nacional. Con características bien definidas, nuestras cepas autóctonas nos sorprenden día a día mostrando las bondades de lo que nuestro patrimonio vitivinícola tiene para ofrecer.